Hacía tiempo que no recalábamos en una gran ciudad.

Orense despierta enérgica y vitalista, ofreciéndonos arquitectura, cultura e historia, con un centro histórico rebosante y dinámico.

Nos hace bien este contraste entre la ruralidad más absoluta y el trasiego de una urbe cómo Orense.

Cómo siempre nos es útil para resituarnos y volvernos a encontrar con este abanico de posibilidades y paisajes que componen nuestro itinerario, el camino de Santiago de la Vía de la Plata.

Visitamos la catedral del siglo XII, su espectacular e icónico puente mayor y el claustro de San Francisco, haciendo acopio de riqueza y patrimonio en nuestras mochilas.

Las llevamos muy cargadas desde que iniciamos nuestro camino, esta Vía de la Plata no tiene parangón, una oferta ingente de imágenes que se cargan en nuestra memoria y nos hacen conscientes, paso a paso, del valor de este camino, del enorme caudal de experiencias vividas, lugares soñados e historias compartidas.

La etapa la iniciamos desde el histórico puente sobre el río Miño y desde este inicio debemos contemplar dos opciones, por Tamallancos o por Canedo.

En ambos casos la de hoy será una etapa llevadera en exigencia y longitud, unos 22 kilómetros.

Ambos trayectos se unen en Casa Novas, un poco antes de alcanzar Cea.

Atravesamos pequeñas aldeas con buenos ejemplos de arquitectura tradicional, y zonas con un atractivo natural y paisajístico enorme, por lo que nuestro caminar es reconfortante y plácido. A pesar de ello tenemos que andar muy atentos y sortear con buen criterio los continuos cruces entre el camino y la carretera circundante.

Nuestra experiencia, ya con días de camino en nuestro pies, nos ayudará a estar atentos. Es curioso cómo a estas alturas, hemos creado una suerte de magnetismo con la señales durante el camino, una especie de entrenamiento visual que nos descubre los hitos e indicaciones casi sin buscarlos.

Uno de los grandes momentos de la etapa llega cerca de la localidad de Sobreira, donde tomamos un camino que nos lleva a cruzar el río Barbatiño por su famoso puente.

Una soberbia construcción medieval, un pontón de un solo ojo semiescondido en un paraje envuelto en un bosque de galería que, sin duda, se convierte en una de las fotografías que nos llevamos enmarcadas para siempre en nuestra memoria.

Continuamos pisando este territorio amplio y generoso, lleno de pequeñas poblaciones, cercados ganaderos y un intenso y omnipresente verde en sus prados.

Poco a poco nos adentramos por el valioso conjunto etnográfico de Cea con sus casas tradicionales, sus hórreos y sus hornos de pan, hasta alcanzar la Plaza Mayor, con un esbelta torre del reloj.

A sus pies un generoso pilón nos servirá de refresco antes de sentarnos, en silencio, a observar la callada vida de nuestro nuevo destino.