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Las Joyas de la Plata: Mérida

Mérida, cauce de historia y cultura.

Tratar de contar nuestro encuentro con Mérida y sus joyas de la Plata intentando describir cada una de sus tesoros históricos y monumentales sería descabellado. Para eso ya existen multitud de guías turísticas y web institucionales con profusión de datos, detalles y cifras. Mérida para el caminante no debe ser un reto fotográfico con el que llenar de imágenes intrascendentes las redes, tampoco una colección de consabidas postales. Mérida es sobretodo un mundo de sensaciones donde la huella de la historia será nuestro propio cicerone.

 

Con el telón de la ciudad antigua de fondo, vamos avanzando por el puente romano siendo conscientes de cada pisada. Este necesario puente sobre el río Guadiana fue construido en el siglo I a.C y su obra determinó el emplazamiento de la ciudad. Constituyó el único y necesario paso sobre el río de la importante calzada de la Vía de la Plata que cruzaba Hispania de norte a sur por el oeste. Por tanto por aquí han pasado, entre otros, romanos, árabes, la reconquista, reyes cristianos, austrias y borbones, tropas napoleónicas…es la sensación literal de estar pisando historia, estar en el mismo lugar que sus protagonistas, que discurrieron secularmente entre sus petriles. Es puente y cauce simultáneamente.

Vamos dejando los pesados muros de la Alcazaba a nuestra derecha y entrando en la ciudad se
encuentra una reproducción del celebérrimo bronce de Luperca la loba que en la mitología
romana amamantó a Rómulo y Remo. Mérida y sus Joyas de la Plata.

Esta escultura, donada por la ciudad Roma, nos hace las veces de puerta al interior. Todo sigue respirando historia de forma continua, los muros, ventanas y arcos nos hacen ver que nos estamos en un sitio común. Así llegamos a nuestra primera parada, la Plaza de España. Rectangular, amplia y singular, este espacio sirvió igualmente como estrado para funciones teatrales, coso para corridas de toros, marco de ajusticiamientos y procesiones. Aquí recibía el pueblo a los monarcas en sus regias visitas, y aquí nos espera otra institución emeritense, el Mesón el Pestorejo, un lugar asomado a su plaza donde comer lo más típico de la cocina extremeña.

 

Tras esta parada nos decidimos a vagar sin estrategias por las calles de la ciudad, sin buscar nada especial. Pero es difícil escapar aquí. A los pocos minutos, después de recorrer calles estrechas del centro, apareció ante nosotros el Templo de Diana. De verdad sorprende su majestuosidad, con su reconocible estilo. Es cómo un libro de historia del arte abierto en su lección sobre el periodo clásico…capiteles, columnas, frisos y muchas armonía y belleza. Pero cuando recorremos Mérida, las sorpresas se suceden una tras otra.

 

Y avanzando solo unos metros, en calle Sagasta, nos encontramos con el Pórtico del Foro. De nuevo no te lo esperas, paseas distraído y el monumento aparece ahí, de repente, sin más, rodeados de bloques de pisos convencionales. Es como si emergiese bruscamente de las profundidades de la historia y se manifestase.

 

Esto, claro, nos va preparando para el gran espectáculo final, que también se encuentra muy cerca. La visita a teatro y anfiteatro es casi inexcusable, y es aquí donde se expresa y adivina la verdadera transcendencia de esta ciudad en tiempos imperiales. Lo descubrimos y paseamos, y quedamos absortos antes su majestuosidad. Pero no deberíamos pasar por alto el vecino Museo Romano. Para los amantes de la arquitectura y la historia aquí se da la simbiosis perfecta. Rafael Moneo ha conseguido aquí un edificio espléndido, a la altura de su contenido.

 

Al borde de padecer un síndrome de Stendhal, decidimos abrir horizontes y ver cielo, y nos dirigimos en búsqueda del acueducto de Los Milagros. Popularmente se dice que su nombre, se debe al asombro general de haber resistido tantos siglos como si fuera un milagro, y nos quedamos con esta versión al ver la imponente imagen que nos deja, en pie, solemne y orgulloso de haber ganado la partida al paso de tantos siglos. Con el sol cayendo a través de sus arcadas nos quedamos unos minutos antes de que caiga la noche y decimos adiós a una jornada intensa e inolvidable en Mérida y sus joyas de la Plata.

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