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Las Joyas de la Plata: Lalín

Amanece un día soleado.

Repuestos de esfuerzos pasados y con la frescura que sólo te pueden dar unas buenas horas de buen sueño y descanso amanece un día soleado en Rea, punto de partida de una etapa de nuevo larga y donde debemos volver a elegir entre variantes.

La nuestra es, sin dudarlo, la que nos llevará a pasar por el Monasterio de Oseira, un reclamo suficientemente contundente y que no podemos perdernos.

Todo preparado para nuestro tránsito por la Galicia más montañosa, verde y rural, trufada con historia y arquitectura.

Abandonamos la Plaza Mayor de Cea en dirección a la carretera y pasamos por delante del campo de fútbol para internarnos en un sendero boscoso en dirección a A Laxe.

Pronto nos vemos envueltos por una naturaleza desbordante de salud y un paisaje impactante, con grandes especies autóctonas y un sotobosque de profundos e importantes verdes, del que nos llegan sonidos lejanos de los pájaros que lo habitan.

Galicia, esa Galicia icónica y profunda de bosques encantados y senderos cubiertos de hojarasca se desvela aquí con toda su potencia. Caminar por estos escenarios es un auténtico regalo para nuestros sentidos.

Y así, casi sin quererlo, aparece ante nosotros el Monasterio de Oseira.

Lo primero que viene a nuestra cabeza cuando vemos esta imponente construcción es porqué este lugar tan indómito y alejado.

La respuesta es que este lugar es un sitio de retiro, meditación y austeridad. Su nombre, Oseira, hace referencia a la existencia de osos en el valle en tiempos pretéritos.

Sin duda fue una buena elección ya que el entorno del monasterio es en si mismo un valor. Sobrecogidos aún por sus dimensiones nos decidimos a visitarlo.

Y no nos defrauda. Sobriedad y serenidad en sus patios y zonas comunes, la iglesia sin embargo nos ofrece la visión de una de las mayores de la península del Orden del Cister, con tres naves y planta de cruz latina.

La luz exterior se cuela en varias direcciones y crea una atmósfera mágica en el templo, donde hay un profundo silencio.

Desde aquí, a través de una puerta lateral, accedemos a la sala capitular. Conocida como la de «las Palmeras», la estancia está cubierta con bóvedas estrelladas del siglo XVI y sostenidas con unas curiosas columnas retorcidas.

Es una de las imágenes más reconocidas del monasterio. Una visita que no deja indiferente a nadie, y merece hacerse con la pausa y silencio que nos sugiere el lugar.

Antes de salir, no debemos dejar pasar la oportunidad de visitar su tienda, con productos elaborados por los propios monjes que aún rezan entre las paredes de este lugar histórico, apodado el ‘Escorial Gallego’.

Ya fuera del monasterio, podemos encontrar algunos bares donde poder sentarnos y lanzar una última mirada antes de continuar camino.

La luz exterior se cuela en varias direcciones y crea una atmósfera mágica en el templo…

Lo hacemos buscando la ya muy cercana provincia de Pontevedra, pasando por pequeños núcleos rurales hasta alcanzar la localidad de Castro Dozón, punto de encuentro con el camino alternativo.

Desde aquí nos quedan aún 22 kilómetros hasta Lalín. Abandonamos la carretera nacional al lado de la iglesia de San Salvador y avanzamos entre pistas y carretera durante algunos kilómetros.

Seguimos siendo acompañados por una naturaleza rebosante e intensa, y buscamos algunas pausas en aldeas como Puxallos o Pontenoufe.

Discurre el tiempo y la distancia, larga en esta etapa, pero que no deja de decrecer animándonos a seguir caminando.

Así alcanzamos el final, ya muy deseado, en la localidad de A Laxe.

Debido a que A Laxe cuenta con pocos alojamientos y servicios para el peregrino, muchos optan, si las fuerzas siguen acompañando, por pernoctar en la vecina Lalín, con mucha más oferta.

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