Si hasta ahora hemos transitado con sudor, imaginación y botas por las Joyas del Camino de la Plata, al llegar a Cáparra, repentinamente, nos encontramos con un paisaje que nos ayuda a comprender y asimilar la importancia histórica de esta vía de forma gráfica; con una imagen que nos retrotrae nada menos que veinte siglos atrás. Situada en un paraje abierto y solitario, en la vega del río Ambroz, llegamos a las ruinas de Cáparra un día norteño, de lluvia fina y nubes cambiantes. Esta atmósfera otorgó más misticismo y magia si cabe a nuestro encuentro.

Estas ruinas son un icono, todas las guías y centros de interpretación del camino son prolijas en imágenes del lugar y, cómo tal, nuestra expectación crecía a medida que nos acercábamos, sabedores de que iba a ser uno de los puntos claves de nuestro camino: Cáparra y las Joyas de la Plata.

Nosotros accedemos por un sinuoso camino entre fincas, rodeado de bajos muros de piedra embadurnados de musgo y vegetación.

Tras subir una pequeña cuesta en el camino, nos encontramos casi de forma repentina con las ruinas. Hay silencio, apenas una pareja de visitantes coinciden con nosotros. Con el telón de fondo de las estribaciones occidentales de Gredos, nos dirigimos despacio hacía el símbolo de Cáparra, una de las Joyas del Camino de la Plata, su magnifico y singular arco, el único tetrápilo con el que contamos en España.

El tetrápilo es un antiguo tipo de monumento de planta cuadrada, con una puerta en cada uno de los cuatro lados. Generalmente se construía en la encrucijada de dos importantes vías perpendiculares. Pasar bajo él tiene mucho significado, es una de las experiencias que más marcan de nuestro viaje, una mezcla de sentimientos, recuerdos, anhelos e ilusión nos embarga al atravesarlo.

Y cómo un imán, no podemos dejar de volver nuestra vista para observar Cáparra y las Joyas de la Plata, una y otra vez a medida que nos alejamos.

Para nosotros el arco de Cáparra es el monumento mágico dedicado a nuestro camino, en honor a ella, a la Vía de la Plata.